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El secreto de El Monje
La monja y el monjePor Ignacio Ramírez
Hoy 10 de enero de 2006 cumple 80 años el poeta nadaísta Elmo Valencia, caleño del mundo a quien gonzaloarango bautizó elmonjeloco dejándolo así para siempre y quien perdurará en la literatura colombiana porque escribió un cuento llamado El universo humano, que comienza con una frase ambigua pero efectista donde proclama que había una mujer tan bella que muy pronto quedó embarazada.Elmo tiene 20 años más que yo pero yo parezco de 20 más que él, lo que despierta al tiempo mi envidia y mi asombro porque la vida no debería tener derecho a desrumbarlo a uno y enrumbar al otro cuando se sabe bien que tanto uno como otro quisiéramos hacer lo que uno hace y otro no puede hacer, como – botón de muestra – entrar por la puerta de la octogenitura bailando salsa y ajustando sus manos y sus elucubraciones en cimbreantes cinturas caleñas mientras el otro con su brazo roto y su cintura traqueteando decrépitos dolores a duras penas puede hundir las teclas para gritarle hermano Elmo gózatela y rumbéatela por mí y por todos aquellos a quienes no nos alcanzaron ni los avatares ni la fuerza para morir de pie como los árboles de Alejandro Casona.Hace muy pocos días, una semana antes de que Jotamario se volviera cristiano por intervención de Nicolás de Tolentino, le dije: Jota, celebrémosle los 80 a Elmo con bombos y platillos y el cuerpo y alma del nadaísmo me respondió: no, hermanito, te acordaste tarde, Elmo se fue con los bolsillos llenos a octogeniarse en Cali y ante tan sabia determinación solo me queda escribirle estas palabras para que sepa que entre nadaístas no había matusalenes y eso le otorga ya el ingreso a la memoria de este pueblo amnésico como el primer muchacho de ocho décadas con registro oficial de noqueador del tiempo, que de aquí en adelante todo será inmortalidad – breve, pero eterna – en su mamagallístico ejercicio de ser y estar, enrevesando entre otros apotegmas memorables el del señor Guillermo Shakespeare.Cuando conocí a Elmo Valencia yo era un niño y él un viejo. Usaba (él) zapatos de cuero de vaca blanquinegra y alguien me dijo que parecía parado en dos ratones. Años luz después se casó en la Porciúncula con una Afrodita pasajera. Iban los nadaístas con frac y sombreros de copa como solo usan los príncipes de Gales. Después, en las Ferias del Libro donde suelo encontrarlo, Elmo volvió a sus trajes de batalla estilo Candelaria con bluyín y tennis. Y era el mismo, o sea que es verdad: el hábito no hace al monje.Hace muy pocos días en La noche de Cronopios en la Galería La Cometa, no cabía de orgullo en su traje oscuro acabado de comprar en almacén de marca, vistosa corbata rosada, zapatos relumbrantes y sonrisa de arroz huracanado como decía Neruda de la de García Lorca, quien además volaba vestido de durazno, aunque Elmo y Federico anden tan lejos en todo uno del otro, pero se sabe ya que la metáfora no es el dueño sino de quien la necesita.Después, supe que Elmo fue de tigo y migo con nadie menos que con Allen Ginsberg y otras flores de pantano beatnik que in illos témpores, para quienes crecíamos ilusionados con hacer el amor y no la guerra, podría ser tanto como encontrar a Cristo en una cocacola, como dicen que le pasó a gonzalo antes que a Jota, de quien aún no doy fe pues todavía no he metido mis dedos en las llagas del milagro tardío, que escogió a mi hermanazo para semejante broma.Elmo, quien desde el país de las neblinas ha soñado con ensordecer al Papa con un concierto de Rock en el Vaticano, quien ha bailado en la punta de una aguja y de quien dicen que consumió yagé con Burroughs en sagradas selvas putumayas, padre de Stephan Dédalus, Casandra y Penélope, tiene ya 80 años y carga los bolsillos llenos de muñequitos y de estrellas porque guarda un secreto bien guardado: él es Ícaro, hijo de Cielo, la madre del universo humano, y en consecuencia no morirá sino que caerá en el torrente circulatorio que le abriga y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre quedará girando y girando hasta cuando se agote como un meteoro.
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