UNA GENERACIÓN
DESENCANTADA
Los poetas
colombianos de los años setentas
por: Harold Alvarado Tenorio
En mil novecientos setenta y cuatro, el Banco de
Colombia publicó dos volumenestitulados Antología crítica de la poesía
colombiana (1874-1974), de Andrés Holguín. Banco y antología celebraron
cien años de capitalismo canonizando sesenta y cinco poetas, dieciocho de
los cuales fueron agrupados bajo el lema: Los últimos poetas
En otras ocasiones me he referido al Nadaísmo[i][1]. Baste ahora
repetir que poco queda de tanto papel impreso y que varios de sus
activistas, que considerábamos dignos de la memoria hace diez años, están
erosionados por la historia. Se puede leer, por ejemplo, de la misma manera
a X-504 cuando se ha convertido en Jaime Jaramillo Escobar?Creo que Jaramillo Escobar enterró a X-504, dejando al Nadaísmo en una orfandad absoluta.
X-504 es un poeta insular, a pesar de que Jaramillo Escobar
insista en hacerlo formar parte del grupo que comandaba Gonzalo Arango. Leída
hoy, en su poesía poca relación encuentra uno con los principios y
prácticas del Nadaísmo, y puede decirse que es un
raro poeta que como puente levadizo continúa la tradición culta de la
poesía anterior, esta vez mirando hacia las culturas y visiones del mundo
que vivían ocultas en nuestro país. X-504 viene de las lecturas
antropológicas y de los estudios de culturas que, como la africana o la
egipcia, están latentes en la memoria de las culturas abolidas por la
Conquista. X-504 es la voz de aquellos deambulantes
cuyo signo es el presagio, pero fue, raramente, en Los poemas de la ofensa (1969), un vocero furibundo de los desclasados y alienados. Siempre hubo en sus poemas un
escritor culto, recordando a Whitman o Cendrars, teñidos de color local. En
sus últimos poemas, publicados a raíz de un premio literario, Jaramillo
Escobar logró dar rostro a los deseos de X-504. Su persona tuvo que
esperar tres décadas para que el contertulio de
Gonzalo Arango, escribiera como él.
Muerto X-504, al hacer aparición Jaime Jaramillo Escobar, cual
ave Fénix dio cuerpo, una vez vencido por la carcoma de la soledad, a esa
voz que aparece en los poemas de su último libro: largas parrafadas sin
sentido, arengas producidas por el resentimiento, proyectos truncos y cenizas de lo que fue un poeta. Raro destino el de quien
pudo en vida ser, llegada la madurez, el satánico personaje que habían
sido, en sus años mozos, sus camaradas. Por eso Jaramillo Escobar ocultaba
su nombre: la máscara permite al actor no ser él. En su caso, la máscara
logró convertirlo en ella a una hora donde ya no existen ni escenario, ni
los paisajes sobre los cuales se recortaron las figuras de los Nadaístas. La última página de Los poemas de la ofensa reza: «Aquí vive Jaime Jaramillo
Escobar[ii][2] ». Poemas como:
Dame
una palabra antigua para ir a Angbala,
con mi atado de
ideas sobre la cabeza.
Quiero
echarlas a ahogar en el agua.
Una
palabra que me sirva para volverme negro,
quedarme el día
entero debajo de una palma,
y olvidarme de
todo a la orilla del agua.
Dame
una palabra antigua para volver a Angbala,
la más vieja de
todas, la palabra más sabia.
Una que
sea tan honda como el pez en el agua.
¡Quiero
volver a Angbala!
(Ruego
a Nzáme)
Venían de algún tono de Bandeira
o Perse y contrastan con las melodías de José
Manuel Arango, quien inicia el ciclo de poesía colombiana que llamaré Generación del Desencanto. En X-504
hay individuos, cuerpos casi identificables. En José Manuel Arango se
inaugura, otra vez, un retorno hacia la historia, las gentes sin rostro
donde el lector se ve y que parece ser el rasgo definidor de la poesía de
los cinco nacionales sobre los que escribo.
¿Qué sucedió en Colombia entre 1930 y 1970, año en
el cual iniciaron sus publicaciones estos poetas? No hay que hacer mucha
memoria para recordar cómo de un país patriarcal fuimos pasando a un
capitalismo sin rostro, a una nación que desaparece. La naturaleza, los
campos, los antiguos núcleos familiares se han convertido en ese doloroso
país que fue surgiendo en medio de los cientos de miles de muertos de La
Violencia. El desplazamiento de grandes grupos humanos hacia las cabeceras
de los departamentos nos ha deparado esas caricaturas de ciudades de hoy
que hacinan a miles de seres sin educación ni ingresos y sin sentido de la
nacionalidad. La Generación de Mito,
mejor, su creador, vislumbró el fracaso que vivimos. En La revolución invisible (1959),
Jorge Gaitán Durán, refiriéndose a su revista con
ocasión de un comentario de Hernando Telléz,
según el cual lo publicado en Mito
resultaba al establecimiento «fastidioso e intranquilizador o
incomprensible», hizo un
retrato de un prolongado presente:
«No
podía esperarse otra cosa de un ambiente en donde para hacer carrera hay
necesidad de cumplir inexorablemente ciertos requisitos de servilismo,
adulación e hipocresía y donde ingenuamente las gentes confunden estos
trámites, esta ascensión exacta y previsible, con la política. Sin duda el
fenómeno del arribismo se produce en todas partes y no sólo en el ajetreo
electoral, sino también en la vida económica y en la vida cultural, pero
aquí ha tomado en los últimos tiempos características exacerbadas y
mórbidas, cuyo estudio sería interesante y tendría quizás que empezar por
la influencia que la aguda crisis de estructura del país y
consiguientemente de los partidos políticos ejerce sobre el trato social,
sobre la comunicación en la existencia cotidiana. Resulta significativa la
frase que un político de las nuevas generaciones usa a menudo: Voy a
cometer mi acto diario de abyección, fórmula que
exhibe la decisión -en otros casos furtivamente de obtener a todo trance un
puesto de ministro, de parlamentario, de orientador de la opinión pública, en
fin, de ser alguien, de parecer. Su humor es una coartada; intenta cubrir
el desarrollo ético con el confort ambiguo y efímero del lenguaje. Se trata
de un sorelismo ciego y satisfecho, cuyos
objetivos dependen de algún destino ajeno e imperial. El oportunismo de
Julián Sorel es lúcido, torturado, solitario y
más eficaz a la larga. En nuestra América el héroe empeñoso de Rojo y Negro
hubiera llegado a ser presidente de la república.»
El país ha vivido la más devastadora de las épocas
desde la Guerra de los Mil Días, con el agravante mencionado antes: la
desaparición de la nacionalidad. Para los poetas de la Generación
Desencantada no hubo, como podrá verse después en los textos, un país al
cual asirse. La educación que recibieron (no solo ellos, sino su generación)
fue mezquina y atrofiante, y viniendo de distintos estratos sociales, el
hilo que los une es la desolación frente al presente y la nostalgia de un
país que, por supuesto, nunca existió.
José Manuel
Arango nació en Carmen del Viboral (1933), hizo estudios de filosofía en la
Universidad Pedagógica de Tunja y un postgrado en la Universidad de
Virginia. Hace medio siglo Carmen del Viboral era
un centro artesanal y agrícola y el caserío tenía un rostro de casas bajas
de bahareque y teja rojiza. Hoy es una distorsión visual. Una plaza del más
burdo pavimento sirve de marco a una mueca de iglesia de proporciones hiper contemporáneas mientras los viejos jeeps, con
que los norteamericanos invadieron Europa en la Segunda Guerra Mundial,
cargados de plátanos, café, cacao y otras frutas van llegando el domingo
con los campesinos que bajan al mercado.
Tímido y desinteresado en la divulgación de su obra, sería hoy
desconocida si no hubiese formado parte de la redacción de una revista,
donde más que publicar sus versos servía de traductor. Su primer libro, En este lugar de la noche, se
publicó en 1973, cuando tenía treinta y seis años. La edición, pobre y mal
cuidada, no impidió que algunos espíritus atentos, como Andrés Holguín,
vieran en sus poemas la novedad que traían. En este lugar de la noche es un libro desigual, desorganizado, tipográficamente mal distribuido y con grandes
descuidos sintácticos. Arango quería dejar impreso el ritmo de su habla y
espero que en la reciente edición antológica de su obra haya corregido esos
pequeños descuidos. En este libro maravilla el tono, la visión, pero su
rasgo determinante es el uso que da, a metáforas virgilianas, para nombrar
las cosas y los hombres. La ciudad, esas ciudades miserables que son
nuestras capitales de provincia, han quedado levantadas por este maestro de
obra del verbo.
En
la carnicería cuelga el tronco de la res desollada
como un fuego
vegetal.
Por la
cara sombría
de las
vendedoras de flores
rebrilla el rojo
de las rosas.
Entre
el griterío cantan los pájaros
y la cáscara de
plátano se tuesta bajo el sol de la tarde.
Bachué, señora del agua,
Enséñame
a tocar la pelusa bermeja del zapote,
a ver la sal en
el oscuro lomo de la trucha.
(Baldío)
Siempre se me ha ocurrido que José Manuel Arango no
sólo lee poesía sino imagina murales. Viendo los frescos de Rivera, en
México, me acordaba de los textos de Arango. Pero seguro estoy equivocado y
es posible que él no sea consciente de esta manera de agregar al mundo unos
murales donde la pobreza es cantada en alto tono.
Aun cuando una buena parte de la poesía de Arango está
dedicada al erotismo, un erotismo nada expedito, como en algún otro poeta,
sus textos son siempre una mano que toca la piel de la mujer, más que actos
amorosos o fornicaciones.
Arango se complace en recrear el ojo sobre el talle de una negra, o los
labios de una mulata, y es raro ver en sus versos alguna muchacha mestiza o
blanca.
Arango se ha ocupado también de bosquejar a los extrañados,
los abandonados, los solitarios, pintando la ruina de la vejez:
Sentados en círculo,
el rostro cerrado por enigmática
sonrisa
los sordos
hacen signos extraños
con los dedos
y cuando la oscuridad
es silencio
oyen
con la cien en el puño
sus pensamientos.
Atroz vigilia de los sordos,
en sus cráneos
los silenciosos hundimientos
de los valles del mar.
Los ojos
dolorosamente
abiertos.
(Asilo)
Uno de sus mejores poemas es: Una pasado Meridiano. En él recorre no los barrios bajos sino
el centro de la ciudad. Soldados, notarías, casas de citas, funerarias, pirueteros, mendigos, son los habitantes de ese mundo.
La manera de elegir y colocar los sujetos es eficaz en estos poemas que
aparecieron en Signos (1978).
En la cuneta el perro envenenado
muestra sus dientes amarillos.
Un sol de cobre
aporrea la nuca
y las caras aniñadas de los soldados bajo los
cascos.
Notarías, casas de putas, bancos, funerarias.
Los saltimbanquis,
con sus ropas ceñidas
como bailarines
piruetean.
Mira a los que miran.
Considera esos rostros
atravesados
por una mueca rencorosa.
Bajo la suela
sentirás el asfalto
quemándote la planta.
Respira la aridez del aire,
el olor a betún, el polvo.
El viento trae un olor nauseabundo de los basureros.
Mediodías como olas de fuego sobre los tejados.
Un gallinazo vuela siguiendo la curva del río.
Párate a oír cantar a las dos ciegas.
Sentadas en el borde de concreto
de la jardinera, remotas,
rascarán sus guitarras.
Fija el dúo de voces
nasales, agudas;
el crotaloteo de las
maracas.
En la acera de enfrente,
con el barboquejo pegado al mentón,
habrá un soldado inmóvil.
La poesía de Arango[iii][3] tiene otro rasgo
definitorio: no sirve de moral. El lector debe sacar sus conclusiones de
los asuntos que el poeta, como un socrático, propone. Pero Arango sabe de
qué habla. Y sin añorar el pasado uno de sus textos sitúa ideológicamente
el tiempo que le ha tocado vivir.
Pensaba un lenguaje secreto,
inventado para asegurarse contra los desvaríos.
De noche, en la vasta sala,
con la luz en el rostro,
solía releer un grave libro.
La leyenda, no obstante,
lo imagina sobre su caballo.
Detenido en un gesto de ira.
Era el Señor.
Aún están las huellas
en la mesa, en las leyes,
en los pechos de las doncellas,
en el vaso que empañó con su respiración.
(El Señor)
María
Mercedes Carranza nació en
Bogotá (1945)[iv][4] pero pasó buena
parte de su juventud en España. Su padre fue, durante varios lustros,
diplomático en varias ciudades de la península y tuvo contacto con poetas
de la generación posterior a la del veinticinco, con Panero, Rosales, Ridruejo y Luis Felipe Vivanco, con quienes compartía aventuras
poéticas y políticas.
Carranza ha publicado dos libros: Vainas (1972) y Tengo Miedo (1983), donde hizo una selección de sus poemas.El primero es un librito que se regodea en
impugnar el tono ceremonioso que habían continuado algunos poetas castellanizantes, y algunos lectores llegaron a pensar
que teníamos en ella un nuevo «tuerto» López, pero bogotano. Carranza dice
que viene más bien de Nicanor Parra, pero eso también está por verse. Yo
encuentro variadas melodías españolas en sus textos. La actitud de rasgar
la vida frente a la luna del poema tiene una dilatada tradición. Ni cinismo
ni amargura: desencanto y valor para decir las miserias por las que
atraviesa una mujer, que es también nosotros. Desolados, los ha calificado
la escritora.
Sobran palabras,ingenuamente
derrumba la ideología al uso: todo lo que han dicho tiene valor es falso y
merece ser condenado a distintas penas. No hay mucha sustancia en este
poema pero el tono lo hace recordar:
Por traidoras decidí hoy
asesinar algunas palabras.
Amistad queda condenada
a
la hoguera, por hereje;
la
horca conviene
a Amor por
ilegible;
no
estaría mal el garrote vil,
por
apóstata, para Solidaridad;
la
guillotina como el rayo,
debe
fulminar a Fraternidad;
Libertad morirá
lentamente y con dolor:
la
tortura es su destino;
Igualdad merece la horca
por
ser prostituta
del
peor burdel;
Esperanza ha muerto ya;
Fe padecerá la cámara de gas;
el
suplicio de Tántalo, por inhumana,
se
lo dejo a la palabra Dios.
Fusilaré, sin piedad a Civilización
por
su barbarie;
cicuta beberá Felicidad.
Queda la palabra Yo. Para esa,
por
triste, por su atroz soledad,
decreto la peor de las penas:
vivirá conmigo hasta el final.
Lo mejor de su poesía se centra, como he dicho, en
el desnudamiento de si misma. Nos entrega, con naturalidad, sin alardes de
martirio, la decepción de su vida.
Moriré mortal,
es decir habiendo pasado
por este mundo
sin romperlo ni mancharlo.
No inventé ningún vicio,
pero gocé de todas las virtudes:
arrendé mi alma
a la hipocresía: he traficado
con las palabras,
con los gestos, con el silencio;
cedí a la mentira:
he esperado la esperanza,
he amado el amor,
y hasta algún día
pronuncié la palabra Patria.
Este fragmento de Patas arriba con la vida es sintomático del mundo que tuvo que
enfrentar la joven casi española que terminó su bachillerato en Bogotá, en
el Nuevo Gimnasio, bajo el influjo de la Margarita Gautier
de Rubén Darío. La joven que se paseaba por París recreando las modas de
Marlene Dietrich en los años veinte; que cantaba
-ayer como hoy- las letras de Piaff o se
transforma, en las noches de tertulia en una cortesana o una violetera,
sabe que todo forma parte de un drama que hay que seguir padeciendo cada
mañana, vistiéndose de esa otra que vende un rostro y un comportamiento
para sobrevivir.
De repente
cuando me despierto en la mañana
me acuerdo de mí,
con sigilo abro los ojos
y procedo a vestirme.
Lo primero es colocarme mi gesto
de persona decente.
En seguida me pongo las buenas
costumbres, el amor
filial, el decoro, la moral,
la fidelidad conyugal:
para el final dejo los recuerdos.
Lavo con primor
mi cara de buena ciudadana
visto mi tan deteriorada esperanza,
me meto entre la boca las palabras
cepillo la bondad
y me la pongo de sombrero
y en los ojos
esa mirada tan amable.
(El oficio de vestirse)
No habiendo logrado una obra sustantiva, María
Mercedes Carranza es una buena muestra, por el tono y las aguas que
arrastra, del rumbo que ha tomado la poesía colombiana a partir de los
sesentas, y en ella hay la particularidad de que nada es elegiaco sino
tristemente desganado. Hay un desgano mayúsculo en todos los actos, un
desgano que anuncia siempre el fracaso, así se luche día y noche, en
salones y antesalas, por el éxito.
Raúl Gómez Jattin[v][5](1945) nació en Cereté, hijo de emigrados libaneses. Ha pasado buena
parte de su vida deambulando por los pueblos del bajo Sinú,
luego de estudiar derecho en Bogotá y haber dirigido mas de media docena de
obras de teatro y actuado en otras tantas. Su primer libro es Poemas (1980).
Gómez Jattin considera la poesía «un
arte del pensamiento que incluye la filosofía; es el arte supremo del
pensamiento, es pensamiento vívido, trascendente e inconsciente». La
novedad de su poesía radica en el desparpajo con que retrata las relaciones
sexuales entre hombres. Nacido en una región que es al tiempo castidad y
depravación, ha logrado, en algunos de ellos, decir cuánto placer y dolor depara
la satisfacción del placer por los vericuetos de la homoeroticidad,
y hablar, también, de las cicatrices que dejan las separaciones y amores no
consumados.
En el cielo profundo de mis masturbaciones
ocupas ese ámbito de deseo irrefrenable y voraz
Inagotable y tierno que te devora el sexo
aunque tú no lo sepas Tu cuerpo habita el mío
Y es tan mío como no pudo serlo allá
en la realidad Es mío cuando yo te deseo
De esa misma manera impalpable y eterna
como este libro es tuyo Como yo soy de ti
Habitamos el ocho Doble infinito
de los dos universos El 8 de los círculos
El que parece dos astros hermanos y gemelos
El que parece dos ojos Dos culos cercanos
El que parece dos testículos besándose
Cuando llegas a mi cielo estoy desnudo
y te gustan las columnas de mis piernas
para reposar en ellas Y te asombra
mi centro con su ímpetu y su flor erecta
y mi caverna de Platón carnal y gnóstica
por donde te escapas hacia la otra vida
Y en ese cielo te entregas a ser lo que
verdaderamente
eres Agresión de besos Colisión de espadas
Jadeo que se estrella como un mar contra mi pecho
Locura de tus ojos orientales alumbrando
la aurora del orgasmo mientras tus manos
se aferran a mi cuerpo Y me dices
lo que yo quiero y respiras tan hondo
como si estuvieras naciendo o muriendo
Mientras nuestros ríos de semen crecen
y nuestra carne tiembla y engatilla su placer
hacia el disparo final en la Vía Láctea
En las sábanas de nuestro cielo hay nubes
perfumadas de axilas y delicados residuos
el amor En la almohada el hueco
que tu cabeza ha dejado oloroso a jazmines
Y en mi alma y mi cuerpo el inmenso dolor
de saber que desprecias mi amor
Oh tú por quien mi vida renació
dentro la lumbre de la muerte
(El disparo final en la Vía Láctea)
Gómez Jattin no
reconstruye solo las violencias tersas de las fornicaciones y sus disparos
finales, sino que en otros poemas ofrece arquetipos de una, digamos,
dialéctica de las satisfacciones amorosas con la carne prohibida. Kavafis se convierte, entonces, en una arquelogía de quien confiesa su pasión a sí mismo, a su
extraordinario semejante, a su Narciso de erecto faloy
fuerza de macho.
Con Juan
Manuel Roca (1946) pisamos otras arenas movedizas. Nacido en Medellín, pasó su niñez en París y
la pubertad en México. Sin padre poeta, Roca tuvo tío, Luis Vidales, quien sin duda ha influído
en la formación del sobrino. Al menos ambos fueron irracionales en poesía,
no respetaban ley alguna y siguen siendo arbitrarios y pendencieros, es
decir, vanguardistas. Fanático del Surrealismo, algunos comparan su
magisterio con aquel de Vidal Echeverrya en los
años cuarentas. Echeverrya, hoy olvidado, vestía
colores que ofendían la gente decente, usaba afro y era un
verdadero peligro por sus furias contra todo lo establecido.
Roca ha publicado varios libros, todos reunidos en Antología poética(1984). En Roca
hubo dos manantiales: la insania de la escritura
automática y el furor para criticar con saña los actos del establecimiento
y fue ejemplar en ese oficio. Roca es la encarnación de un profeta que
desprecia el trabajo como lo entiende el burgués, así no desdeñe los
placeres que ofrece este mundo ni haya vendido, todavía, su alma al diablo
en una noche de Walpurgis[vi][6].
Hay un cambio de guardia en la noche.
Algún ciego tañe el viento.
¿Pero qué hace que los muertos
Destiendan la cama,
Crucen a nado el aire de la casa
O nos hagan pronunciar extrañas palabras?
¿Quién tira del mantel
y tumba las cebollas
Qué mano invisible nos toca la espalda?
Podemos acusar al viento
De trizar otra orilla del sueño,
De tropezar con seres ausentes,
De descolgar los retratos de los sueños.
¿Pero quién asegura que los puentes
No caminan sobre el río
Entrando en la noche?
(Cambio de guardia)
Roca recurre aquí al distanciamiento. Puede decirse
que este es un metaforismo medieval redactado antes de una peste y que el
monje que lo presiente substancia la vieja tesis
de que al mal anteceden visiones del mundo al revés: el siervo castiga al
amo, el buey arrastra al agricultor, el ciervo mata al león, etc. El
encanto del texto de Roca es también su picante sabor expresionista, que
recuerda algunos de los versos que Georg Heym leía, alucinado, en el Neopathetisches
Cabaret de Berlín a comienzos de siglo.
Roca ha leído a Tralk y a Kafka: en aquel
retumba, muchas veces, una melodía apocalíptica; en este, el mundo al revés
es doctrina. Al estilo de Tralk lo llamó Walter Falk «desconsolado». En Roca no hubo solo desconsuelo
sino ira. Fue un iracundo, uno de los furiosos que en las Naves de los
Locos bogaban sin puerto, en los ríos de Europa, bajo noches de cuervos,
cantos sin estrellas y días ciegos por el hambre y el impedimento de tocar
tierra. Esa furia, pausada, dosificada, está en esta carta:
Me pregunta usted dulce señora
Qué veo en estos días a este lado del mar.
Me habitan las calles de este país
Para usted desconocido.
Estas calles donde pasear es hacer un
Largo viaje por la llaga,
Donde ir a limpia luz
Es llenarse los ojos de vendas y murmullos.
Me pregunta
Qué siento en estos días a este lado del mar.
Un alfileteo en el cuerpo,
La luz de un frenocomio
Que llega serena a entibiar
Las más profundas heridas
Nacidas de un poblado de días incoloros.
¿Y el sol?
El sol, un viejo drogo que ha lamido esas heridas.
Porque sabe usted, dulce señora,
Es este país una confusión de calles y de heridas.
La entero a usted:
Aquí hay palmeras cantoras
Pero también hay hombres torturados.
Aquí hay cielos absolutamente desnudos
Y mujeres encorvadas al pedal de la Singer
Que hubieran podido llegar en su loco pedaleo
Hasta Java y Burdeos,
Hasta Nepal y su pueblito de Gales,
Donde supongo que bebía sombras su querido Dylan
Thomas.
Las mujeres de este país son capaces
De coserle un botón al viento,
De vestirlo de organista.
Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo.
No sospecha usted lo que es un país
Como un viejo animal conservado
En los más variados alcoholes,
No sospecha usted lo que es vivir
Entre las lunas de ayer, muertos y despojos.
(Una carta rumbo a Gales)
En Carta en
el buzón del viento no hay mensajero ni destinatario y quien escribe
está atrapado, sin salida.
Sin
saber para quién,
Envío
esta carta puesta en el buzón del viento.
Oscuros
hombres han merodeado a mi puerta
Con
gabanes abultados por la escuadra de una lugger,
Y en la
noche, mientras leía a mis viejos poetas enlunados,
Una
legión de sombras ha roto mi ventana.
No son
duendes.
No son
fantasmas los habitantes de este ebrio rincón del mundo.
Y sin
embargo,
Nos
hemos visto dando nombres propios a un vacío:
Hay un
poblado de hombres desaparecidos
Y es
frecuente escuchar en las calles y en los bares
A
gentes que hablen de abandonar un país como un barco que naufraga.
Sin
saber para quién,
Escribo
esta carta puesta en el buzón del viento,
Desde
una nación donde alguien proscribe el sueño,
Donde
gotea el tiempo como lluvia envilecida
Y la
risa es condenada por traición a los espejos.
No
sé a quién pedirle que abra su ventana
Para
que entre esta carta en el buzón del viento.
Hay quienes dicen que la difusión de la poesía de Juan Gustavo Cobo Borda(Bogotá,
1949)[vii][7]viene del hecho de
ser el editor de Eco y por más de dos décadas un importante funcionario de
la empresa estatal de cultura y el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Puede que sea en parte cierto, pero no se puede pasar por alto que en sus
poemas tiene asidero un tono contestatario, que viniendo de tan encumbrado
personaje, es significativo.
Cobo
Borda estudió en la universidad de los Andes y ha viajado mucho en misiones
oficiales. Al leer sus escritos uno siente las miríadas de lecturas que
habrá hecho y la extraordinaria memoria para citar y citar hasta el
cansancio. En Todos los poetas son
santos e irán al cielo (1984), está, quizás, lo mejor de su obra. Cobo
ha ordenado una y otra vez sus textos y los ha corregido insistentemente
hasta lograr un buen producto. Es su tono bastante seco, de corrector de
estilo. Pero es allí, en esos poemas y en esos libros escritos durante los
setentas, donde está el poeta que quiero ilustrar.
Cobo Borda tiene un buen número de textos donde critica y
fustiga nuestra historia y nuestro presente. A Cobo le produce asco el
país. Mientras en Arango hay frescos, en Carranza desgano, en Gómez Jattin irreverencias eróticas y en Roca ira, en Cobo
Borda hay repugnancia.
Fechas sangrientas, de largas y meticulosas
torturas.
Caminamos sobre aquellos que fueron nuestros amigos.
Rostros conocidos, vistos una y otra vez en los mitines.
Obligados, luego, a limpiar la gasolina del piso:
lengua entre vidrio y mugre.
Todo esto parece tremendismo
pero la violencia es el pan nuestro de cada día.
Y nuestro recuerdo obsesivo
aquella danza en torno a la hoguera.
El 15 de febrero de 1966 murió Camilo Torres.
En ese entonces todos teníamos 18 años;
hoy coronan a la Reina de la Coca y los muertos se
acumulan.
Sopla, sopla sobre estas cenizas.
(Estos tiempos)
Este es un buen ejemplo del estilo y repulsión que
producen en Cobo Borda la cotidianidad colombiana. Me gustan esos poemas,
esas maneras de ser capaz de un cinismo lúcido y transparente sabiéndose
juez y parte.
Me
entiendo bien
con esos ancianos
exigentes y
ruines.
Tardes
ganadas en compañía suya
escuchando el
rosario anécdotas
acerca de un país
que los redujo
al desvarío.
Son
generosos: brindan su ceguera.
(Viejos
Maestros)
Podría citar algún otro texto pero creo que con
estos basta. Cobo Borda también está desencantado y se me ocurre que es una
especie de «tuerto» López: un aristócrata que desprecia la plebe que le
rodea pero que retrata lo que ésta quiere derrocar.
Cualquiera que visite hoy
las capitales de provincia o la misma Bogotá no dejará de quedar asombrado
por la deambulantemiseria que vivimos: cantantes
callejeros, locos, leprosos, travestis,
recogedores de colillas, drogadictos, borrachos, gamines,
carteristas, desempleados, vagos, emboladores, loteros, falsificadores,
vendedores ambulantes, pordioseros, revendedores, timadores, rateros,
husmeadores de desperdicios, asesinatos, bombas, etc, etc, etc.
He ahí la Colombia que produjo el
Frente Nacional. Ese país está, de muchas maneras, en los poetas que he
comentado.
[viii][1]En Poesía y Frente
Nacional, en Magazín Dominical,
de El Espectador, Bogotá No. 28, septiembre 25, 1983, pgs.
21-22. Por su parte, Mario Arango Jaramillo al referirse a la época de
aparición del Nadaísmodice: «En Medellín durante
las décadas de 1950 y 1960 se conformó un extraño mundo que integró la
protesta con la resignación, las más bellas formas artísticas y literarias
con la vida ruda y repugnante de los bajos fondos, la espiritualidad con el
crudo materialismo, lo esotérico con el mundanal diario… Era un extraño
mundo en el que convivían los cultores del poeta Porfirio Barba Jacob y los
seguidores del profeta Gonzalo Arango con la cultura lumpesca
y de barriada que encontró su expresión en el personaje popular que hacía
ostentación del consumo de marihuana, el camaján, que vestía
vistosamente: pantalones verdes o morados, bota ceñida y bastante alta
(sostenida con cargaderas), camisa con mangas remangadas, cuello levantado
y chaqueta bastante larga. Caminaba lentamente, con movimiento rítmico de
brazos. Era lo que llamaban un man legal,
pero que constituía el terror de los barrios residenciales, pues las
señoras le atribuían los peores crimenesy
depravaciones, contribuyendo a ello la jerga esotérica de trasposición de
sílabas: misaca
(camisa), lonpanta
(pantalón), pinrieles
(zapatos), o los nombres de la marihuana: yerba, mona, maracachafa, grifa, bareta, marimba. Era la época en que la nota
musical de esa subcultura se oía en la Sonora Matancera y Daniel Santos, el
inquieto anacobero.
Para entonces, a comienzos de los años 60, ya se habían hecho realidad las
palabras de otro nadaísta: La marihuana es el opio del pueblo, por su bajo precio
naturalmente.
«Pero aquella subcultura de la droga alcanzó a penetrar muy
poco en la sociedad antioqueña, pues sus cultores más eximios no
sobrepasaron el estatus de poetas, de influencia mínima por su precario
poder económico…». Algo va del camaján al traquetero, en
Impacto del narcotráfico en Antioquia, Medellín, 1988, pgs. 23-24.
[ix][2]Nació en Pueblorrico en
1932. Con su primer libro ganó el Premio de Poesía Cassius
Clay. Entre sus libros figuran Sombrero del ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985).
Ha recibido el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia y el
Nacional de Poesía Cote Lamus.
[x][3]Ha publicado además, Cantiga (1987). En 1988 le fue concedido el Premio Nacional de
Poesía Universidad de Antioquia. Véase Calderón, Luis Fernando y Vélez, Jaime Alberto: «Un
verdadero poema debe respirar», entrevista, en El Mundo Semanal, Medellín, octubre 1, 1988, pgs, 6-7. Gaviria, Víctor: Signos, en El Colombiano Dominical, Medellín,
agosto 6, 1978, pg., 6. Hoyos, Juan José: Este
lugar de la noche, en El
Colombiano Dominical, Medellín, diciembre 9, 1973. Jiménez, David: La
poesía silenciosa de Cantiga,
en El Mundo Semanal, Medellín,
julio 2, 1088, pg., 5. Marín Arango, Olga: «Un
hablador de silencios», entrevista, en La
Prensa,Bogotá, agosto 3, 1989, pg., 15.
Ospina, William: El parpadeo del jaguar, en La Prensa, Bogotá, agosto 3, 1989, pg.,
14. Vélez, Jaime Alberto: El origen y la amenaza, en El Colombiano Dominical, Medellín,
octubre 23, 1973, pg., 2
[xi][4]Véase: De la Espriella,
Claudia: La fascinante aventura de ser mujer, en Vanguardia Dominical de Vanguardia Liberal,
junio 21, 1967, pgs., 10-11. Mendoza, Elvira:
Las hijas de los Piedracielistas, en Lecturas Dominicalesde El Tiempo,
Bogotá, marzo 15, 1964, pg., 6. Lleras Restrepo, Carlos: Notas de Hefestos, en El
Espectador, Bogotá, octubre 3, 1979, pg., 2A.
Child, Jorge: Burocracia poética, en El Espectador, Bogotá, junio 17,
1989, pg.,3.
[xii][5]Ha publicado además, Retratos (1988). Ver, Harold Alvarado Tenorio: Conversando
con Gómez Jattin, en Papel de Luna, nº 2, Bogotá, 1986, pgs.,
59-62.
[xiii][6]Véase Rodríguez Núñez, Víctor: Juan Manuel
Roca: la poesía es un oficio riesgoso, en Nuevo Amanecer Cultural, Managua, enero 28, 1989, pg., 7. Martínez, Guillermo: El esplendor de lo
poético, en Magazín Dominicalde
El Espectador, Bogotá, septiembre 27, 1980, pgs.,
5-6.; Chaparro, Hugo: Cartografía de un país sin mapa, en El Mundo Semanal, Medellín, enero
23, 1988, pg., 9.
[xiv][7]Véase Aguirre, Raúl Gustavo: Cobo Borda, voz
valiosa del continente, en Vanguardia
Dominical, Bucaramanga, mayo 8, 1981. Alvarez
Gardeazabal, Gustavo: Cobo Borda, bolerista, en Magazín
Dominical, de El Espectador, Bogotá, febrero 6, 1983, pg., 8. Millán, Eduardo: Crónica de poesía, en Vuelta, México, nº 148, marzo,
1989, pgs., 55-56. Molina, Enrique: Sobre la
poesía de Cobo Borda, en Hora de
Poesía, Barcelona, nºs53-54, diciembre, 1987.
Mutis, Alvaro: Casa de citas, en Lecturas Dominicales, de El Tiempo,
Bogotá, octubre 5, 1980. Oviedo, José Miguel: La poesía de Cobo Borda,
en El Tiempo, Bogotá, febrero 7,
1980. Rivera, Francisco: Mínima teoría del bolero: a propósito del
próximo libro de J.G. Cobo Borda, en El Semanario, Cali, noviembre 25,
1979, pgs., 8-9. Rodríguez Padrón, Jorge: La
poesía de J.G. Cobo Borda, en Magazín Dominical, de El
Espectador, Bogotá, noviembre 23, 1980, pg., 6.
|