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EROTISMO Y LITERATURA Por
Harold Alvarado Tenorio Si habláramos sin
reticencias, diríamos que por erotismo entendemos todo aquello que tiende a
excitar el apetito sexual, así
las religiones y las instituciones consideren, desde los orígenes de
la vida social, lo erótico como una exageración morbosa de un instinto.
Porque el erotismo es el vencimiento de la educación, de lo que llamamos
cultura, sobre lo involuntario, sobre el mandamiento de la carne para
reproducirnos. Merced a la lubricidad, la más sofisticada manifestación de la
vida y la cultura y la razón última de nuestro paso por este valle de
lágrimas, hemos logrado, en todas partes y todos los lugares, transformar y
conducir lo que llamamos en los otros, nuestros hermanos los animales, el
instinto. Gracias al erotismo podemos obtener placer de ese acto
incompresible que es la fornicación y que, además, es otra de las formas del
entendimiento del cosmos y sus infinitos misterios, y uno de los trances más
formidables para vencer la otredad, ese horror vacío del que hablara el
habanero José Lezama Lima. Ir a la búsqueda
del Otro y encontrase con él, es la más triunfal de las formas del desinterés
y la experiencia religiosa misma. Una experiencia tan rica como el miedo y el
vértigo, que tanto se asemejan al encuentro sexual y al conocimiento de la
animalidad. De lo cual se deduce que el hombre y la mujer somos animales
eróticos, y el erotismo, la suprema invención de nuestras culturas. El
erotismo ofrece a la sexualidad un decorado, una teatralidad que sin ignorar
las demandas de la carne y su sed, agregan una dimensión artística al placer. Los diversos puntos
de vista del erotismo han surgido a partir de los credos religiosos o morales
de quienes detentan el poder. La sexualidad y el erotismo son tabú para la mayoría de las ideologías, son comportamientos que
inducirían al hombre y la mujer
a liberarse de lo <tradicional> y <canonizado>. Durante el
Renacimiento, la libertad individual y comercial y la apertura a todos los
saberes, hizo que los hombres y las mujeres desearan fecundar y ser
fecundadas, en una frenética actividad sexual que igualaba los géneros.
Sentarse a la mesa del amor era equiparable a glotonería gastronómica de
entonces. El ideal de belleza debía contribuir a ello: mujeres de grandes y
rebosantes pechos, anchas caderas, cintura rellena y muslos vigorosos;
hombres de anchos hombros y pecho y grandes pene y testículos. Con el siglo XVIII
lo que se impone es el amor galante. Si el Renacimiento celebra los sentidos,
ahora lo que importa es el refinamiento de la sensualidad. Los hombres
quieren ser tan finos como las mujeres. Y en ellas ya no habrá mas robustez
sino intensa palidez y flacura. Medias, naguas, ligueros y botas hasta la
rodilla intensifican la afrodisia visual. Los pechos quedan medio ocultos y
un miriñaque agranda las caderas y hace que desnudar una dama sea una odisea.
Los nobles son corruptos, cínicos, inteligentes y escépticos respecto del
amor. Con la Revolución y
el desarrollo del capitalismo, las aguas vuelven por los cauces más
reaccionarios. Ahora hay que amar el alma, no el cuerpo. Amar será
reproducirse. El erotismo hará parte del decorado social, será ritual
cotidiano pero no orgía, desaparecen los baños públicos, lugares de placer de
los siglos XV y XVI y son sustituidos por las tabernas, los hipódromos, los cocktail
parties y las fiestas juveniles. Monogamia y heterosexualidad se imponen.
Y para evitar que el marido viva en el burdel, la esposa será puta. El
erotismo es la nueva galera del amor. Aparentar felicidad es la gran
invención del capitalismo. El erotismo de hoy está banalizado, es superficial, previsible y comercial en el
peor sentido de la palabra. Vivimos una creciente intolerancia contra la
sexualidad y el erotismo, se coarta la libertad en la educación sexual, se
ataca la poligamia, se reprime la homosexualidad, se persiguen a los
religiosos pederastas y perversos, y la putería y mariconería se han hecho un
lujo inalcanzable. Pero es allí y ahora, en estos momentos de la
historia, cuando adquiere gran significado lo que ahora calificamos de
literatura erótica. Porque fue desde el siglo XVIII cuando este tipo de
literatura alcanzó su mayor apogeo. De esos años son los más notorios textos
del erotismo literario, ya que en ellos hay una crítica que reivindica el
placer y hacen del cuerpo un instrumento de la rebelión, un acto de
insumisión contra los poderes. Un escritor erótico es siempre un
revolucionario. La lucha por el derecho a los placeres busca también un mundo
mejor, libre, auténtico, sin iglesias ni convenciones. Pero hay que
decirlo: la literatura erótica no existe sino en relación y haciendo parte de
los grandes textos artísticos. Una literatura que pretenda ser exclusivamente
erótica es imposible y se hace insostenible y monótona. Y aun cuando la
mayoría de vosotros no esté de acuerdo, creo que lo que yace en el fondo de
toda gran literatura erótica es su enorme carga de obscenidad y malicia.
Porque como en las artes, la lujuria y la malicia dotan a la literatura de
una alegoría y una metáfora del placer y el erotismo real. Es lo obsceno y
malicioso lo que surge de las superficies del placer verbal, es lo extraño y
embriagador y prohibido que nos seduce para recordarnos o crear los intensos
momentos que vivimos o deseamos en la acción. De allí que produzca horror y
repulsión. Lo obsceno no reside en los cuerpos, es lo que está <fuera de
escena>, mientras la pornografía y el dolor son comerciales
representaciones de la felicidad y el placer. Leer y escribir sobre
el erotismo es, además, otro de los
rostros del amor pues revivimos la existencia de aquellos y nosotros
recordando e imaginando momentos cuando recibimos amistad, solidaridad,
compañerismo, ternura, caricias, fraternidad, devoción y sensualidad, como en
este precioso poema chino de autor desconocido que traduje hace varios años: Me gustan las
cortinas de seda roja y los lechos de
marfil. Gozo colocando tus
diminutos pies sobre mis hombros y
las puntas de tus rojas y
bordadas chinelas apuntan hacia el
cielo. Adoro tu pequeña
boca, roja como una cereza, y su aliento de
lilas. Me enloquece ver tus
grandes ojos ardiendo de pasión y
tu mente perdida en otros mundos mientras saciamos
nuestra sed y escucho tus quejidos. ¡Cómo recuerdo los caminos secretos
de nuestros cuerpos en nuestro primer
encuentro! ¡Qué seductora
fuiste! Ahora que dejas que
crezca tu verdadera
naturaleza, tu inteligencia,
dulzura y elegancia no tienen igual. Pero lo que en
verdad me pierde es cómo tus ojos
enormes y divinos aparentan vergüenza. |