ALGUNOS USOS Y COSTUMBRES EN LA CARTAGENA DE INDIAS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS ANTES DE LA EMANCIPACIÓN DE ESPAÑA, A LOS OJOS Y PLUMAS DE VISITANTES EXTRANJEROS Y CRONISTAS CRIOLLOS.

 por: Juan Dager Nieto

 

Además de su condición natural de Puerto, origen de su fundación, a pesar de tener agua mala, la otra circunstancia que más influyó, y que tal vez aún influye en algo en la vida cartagenera es la de su Arquitectura. Especialmente del monumental (las murallas no son bonitas) cerco de murallas que la rodea en 11 kilómetros.

En esta Cartagena del S. XVIII, hemos tomado este período por ser el último en que la ciudad tiene el tinte de ciudad colonial española. Y por ser también el período en que estaba más poblada que nunca antes en su historia. Y también -agregamos- por ser el período en el que la ciudad padeció la tribulación mayúscula de toda su historia, ya agitada de por sí, del llamado <Sitio de Morillo>, que la desfiguró algo en lo arquitectónico, y mucho en lo  sociológico ya para siempre como ciudad parte del sistema colonial español en América.

La Cartagena de Indias posterior al Sitio ya aludido es inevitablemente otra, peor o mejor que antes, no es el tema a tratar en esta conferencia aunque se puede uno imaginar rápidamente cuál es la respuesta. Es decir, ese es tema para otra conferencia.

En esa Cartagena vivían 15. 887 personas de ambos sexos: 1.371 blancos; 1.718 eran esclavos y mulatos. El resto eran mestizos.

La Plaza la defienden 4.906 hombres, o sea la tercera parte de la población, siempre en permanente vigilancia.

Don José Manuel Restrepo se refiere al estado social de los países americanos poco antes de la <Emancipación> así: “y por consiguiente no existe en ella –Cartagena- nobleza o título de Castilla alguno sino en corto número. El resto de los que se llaman “nobles” así mismos no lo son sino sólo hijos o descendientes de los comerciantes y empleados venidos de España y que forman la clase media de la sociedad”.

El elemento militar.

El elemento militar, esencialmente trashumante, le imprime a las costumbres un sello de la licencia que hoy puede adivinarse en la desconexión de las genealogías locales. Es decir, los militares de algún rango regresaron a su patria al perder el poder y sólo muy pocos se quedaron aquí además de que les estuvo vedado casar con mujer que no fuera española nata. Los religiosos, por su lado, no son escasos: distribuidos entre el clero secular (viven como particulares) y el regular (conventuales) viven en Cartagena 229 por aquella época, sin contar las monjas, profesas o novicias, que residían en diferentes conventos”.

El Comercio

El comercio de la ciudad aunque esporádico es aún importante. Cartagena era el centro de distribución de mercaderías en Suramérica hasta Quito, Perú e inclusive Buenos Aires. Los comerciantes de Cartagena poseían fuertes capitales. El dinero circulaba ampliamente no sólo por el comercio sino por el dinero que el Gobierno, dinero enviado por Quito, se invertía en la plaza en obras nuevas de defensa y para la soldada o paga de los soldados.

Cartagena, Asiento de Negros.

En la ciudad hay un Asiento de negros y los hacendados del Interior vienen a la ciudad en busca de ellos.

El evento más importante en aquella Cartagena es la llegada de la Armada. Dos veces al año en los mejores años llegan los galeones desde España aunque no siempre fue regular, hubo años en que no vino con el consiguiente malestar para los comerciantes cartageneros. La ciudad está viva mientras está la Armada, a ella vienen caravanas de traficantes con metales preciosos y esmeraldas.

La población aumenta en ese período, hay gentes nuevas, recuas de animales son traídos a la ciudad.

Al llegar la Armada el paroxismo agita a la ciudad: Un cronista dice que “con motivo de la feria se abren muchas tiendas de mercancías. En estas ocasiones se utiliza todo aquel vecindario, unos con el ingreso del arrendamiento de sus casas y tiendas –como en las temporadas turísticas de ahora día-, otros con las obras que ofrecen según sus profesiones y oficios –como en las temporadas turísticas de ahora día-, los de más allá con los jornales de los negros y esclavos que poseen. Quedan proveídos de ropa. La plata abunda. Se rescatan y liberan muchos esclavos  -se autocompran- con lo que ahorran después de pagar sus jornales y haberse mantenido.

Los trajineros tienen un martilleo constante en las playas del Arsenal carenando y calafateando buques y embarcaciones menores. La gritería de los pregoneros –que tanto martirizaban con sus voces a mi ya fallecido amigo el hombre de letras Jaime Gómez O’Byrne- de toda clase de cosas. Unos guían al visitante, otros descargan mercancías, otro revende mercancías, los galeones están rodeados de pequeñas embarcaciones en la bahía. Los buhoneros ofrecen baratijas. Las pulperías –los snacksbar de la época- están llenas de clientes. Hay géneros de España por todas partes.

Cartagena se divierte

Por la noche los fandangos, mucho desorden. El populacho bebe mucho aguardiente y vino, baila. El populacho bebe mucho aguardiente y vino, bailes lujuriosos, prostitución, cumbia o su antecesora, peleas, riñas, etc. Lujuria, espermas, noches de amor desenfrenado al sonar de las lúbricas congas. Todo el mundo olvida las miserias del viaje, o la tristeza de la nefanda esclavitud.

Música africana de tambor y gaitas indias.

En eso se pasan las pasan las semanas. De pronto todo cesa tan súbitamente como empezó, como la caída de la cuchilla en la guillotina, la Armada se va, soledad, silencio, otra vez la tranquilidad. Y los Jaime Gómez O’Byrne de aquella época vuelven a vivir. Luego, el comercio será escaso, las ventas pocas, es el “tiempo muerto”, así se llama el período en que la Armada ya no está más y la ciudad se vació.

Si Cartagena no tiene un ataque pirático para esos días –estos eran abundantes- la existencia es apacible,  no pasa nada en esta nueva arcadia del Caribe. El comercio se hace entonces con las islas antillanas.

La Inquisición, operante desde 1610, con sus seis condenados a muerte a las espaldas se suaviza entonces. Los ciudadanos odian a la Inquisición y la barrerán en los días del 11 de noviembre. Duró dos siglos y un año justo la maldita.

Surge extramuros el barrio del Pie de la Popa compuesto de casas campestres o buhíos adonde sus propietarios se trasladan desde el Corralito de Piedra del médico Justiniano Martínez Cueto para disfrutar del frescor en algunas temporadas.

En el Pie de la Popa la vida para finales del mes de enero y primeros de febrero es pintoresca. Sobre todo para la Fiesta de la Virgen de la Candelaria y el Carnaval.

Había bailes de negros, de blancos y de mulatos. Los blancos iban a todos los bailes a bailar con las negras y mulatas que siempre les han gustado. En cambio los  mulatos no entraban a bailes de blancos pero a los de negros sí ya que siempre les han gustado las negras. Los negros sólo entraban a bailes de negros que siempre les han gustado. Mientras tanto la “beatería” subía en andas a la Virgen de las Candelas al cerro de la Popa.

Cartagena era ciudad de castas y categorías rígidas: europeos y criollos, hijos de blancos, llamados “chapetones” son pocos. Muchos se van a España cuando hacen dinero. Poseen el comercio. Tienen fincas y tiendas. Viven de eso, y de su categoría heredada de sus padres.

Otros fundan su vida en que son blancos aunque sean pobres porque muchos blancos eran pobres aunque el romanticismo histórico no lo haga creer así. Esa preeminencia de blancos les basta mientras sueñan con hacerse ricos.

Luego vienen los blancos pobres, los tercerones, los cuarterones, los quinterones, y por último el negro, escala final de esta categorización excluyente hasta la náusea. Se considera un insulto ser llamado fuera de su casta. Todo el mundo se arriñona en su casta. Luego vendrá lo de negarse a sí mismo. Hay zambos, salto-atrás, tente- en- el- aire en esta complicada categorización y ridícula clasificación sino fuera trágica.  Pero es  Cartagena el reino del prejuicio.

En la fiesta de la Candelaria se bailaba “currulao”, que ahora es del Chocó, y el “mapalé”,  que ahora es de la plaza de santo Domingo.

El vestido

Los cartageneros se ataviaban, hombres y mujeres, con terciopelo, a pesar del calor, de tisú, brocado, sarga, y tafetán doble. Los ricos vestían calzón hasta la rodilla, en el pecho se cubrían con casaca redondeada, debajo de la casaca llevaban un chaleco largo de seda, aunque no tan largo como el que Uribe utilizó en su viaje a España el año pasado y bordado con oro y plata. Los pies los protegían con medias de seda, los zapatos se ajustan con grandes hebillas de oro y plata los muy ricos, un reloj llevan en cada bolsillo a los que se llamaba “faltriquera”, cadenas de oro les rodeaban la panza a los que la tenían,  con llaves de cornerina, sellos y dijes que les colgaban de esas cadenas de oro. Las matronas usaban una basquiña o vasquiña, que era una falda así llamada, un tontillo, debajo de crinolina para verse tersas en la ropa, camisa pechona, de batista con tela de Holanda, una faja de galón de dos pulgadas de ancho en la cintura. En los piecesitos, babuchas de lana, o de tela entretejida de oro y de plata.

La gente joven usaba pantalón largo como en la Revolución francesa, zapatos con lazos, cordón ancho, sin hebilla. Las mujeres jóvenes comenzaban a usar el traje largo, estrecho o ceñido a las carnes, el talle alto -moda que en Francia se llamó estilo Imperio y que se caracterizó porque definía el busto femenino como lo llevaba la “créole” antillana Josefina, mujer de Napoleón- y con manga corta a lo reina María Luisa, que era una reina feísima como bruja, según la pinta Goya, y que quien les habla vio en un óleo enorme en el Museo del Prado en Madrid. Vestían las damas de seda, de brocado, dejando el tontillo o “combinación” de crinolina para las más viejas.

En el pelo llevaban coquetamente “peinetones”, como en Andalucía, hechas de carey o de cuerno, peinetitas y tembleques de perlas, que hace poco estaban otra vez de moda por aquí. Tengo la idea de que esos tembleques imitaban los tocados de las japonesas o chinas y que España importó de sus Islas Filipinas cercanas al Japón. La dama inclinaba la cabeza y tembleque, decía sí y temblaba el adorno, decía no y corría el riego de que nadie le pagara el tembleque. Cadenas de filigranas en varias vueltas en el cuello. Los aretes eran tan grandes que con el peso les rasgaban los lóbulos de las orejas, haciéndolas unas orejas largas, los dedos con muchas sortijas, pulseras o brazaletes en las muñecas, pañuelo fino en la mano para alargar la mano con coquetería y reforzar el gesto, un abanico de plumas o de cabritilla para tapar la boca al reír, sobre todo si faltaba algún diente delantero, mostrar sólo los ojos vivaces y húmedos en el diálogo con el galán enamorado en fuera en el canapé o en la ventana enrejada, así hacían las mujeres que tenían tiempo para ello y plata para pagarlo en aquella época.

En los días ordinarios vestían simplemente los de las clases más pudientes, los esclavos y los negros andaban en pelo o <en pellote>, lo que algunos creen que significa en bola sinónimo de pelota, pero no, porque viene del francés  <en pellote>, con el mismo significado en castellano de pelo, piel, como cuando decimos montar a caballo en pelo, o en potra de nácar sin brida y sin estribos, por lo casi sin ropa que algunos andaban. Sólo se tapaban el sexo o “naturaleza” con algún trapo y llevaban las tetas al aire las mujeres. Un viajero contó que llevaban a sus hijos muy acomodados en las espaldas y que les pasaban el seno por encima del hombro o por la axila dándoles así de mamar. Y el viajero anota igualmente que nadie lo creería pero que a resultas de que no usar sujetador los pechos de les descuelgan de tal manera que esto pueden hacer sin dificultad.

La moda se movía poco en aquella época en relación al hoy.

Sobre el uso de peluca se dice que era poco, solo algunas personalidades la usaban, lo mismo que la corbata o lazo en el cuello varonil.

La falda se llamaba “follera”, lo que significa hecha de mucha tela pero acabó en la actual pollera, colorá o no, y arriba de aquella un jubón o almilla.

En la calle usan las mujeres manto para ir a misa a las tres de la mañana para escapar al calor y del sol.

Las no blancas se ponen sobre la follera o pollera una basquiña o falda de tafetán, de distinto color, (a lo de arriba) esta falda  está picada o “entrecuchillada” como se decía en el Quijote, para que se vea lo de abajo; en la cabeza se ponen ellas lo que llaman un <poñito>, no confundir con <coñito>, que era un fino paño blanco lleno de encajes y sin el cual nunca salen a la calle. No confundir tampoco el “poñito” con el rodete para llevar carga sobre la cabeza o “babunuco” o “abunuco”, “abonuco” y “babonuco”, que muchos nombres tiene como objeto usado por gentes populares que suelen ser muy libres en el uso de la fonética. No usan las mujeres zapatos sino chinelas o jinelas con tacón, tan estrechas, que no les entran sino la punta de los pies.

De entre casa se ejercitan sentadas en hamacas para coger algún “ambiente” (Fray Juan de Santa Gertrudis que era un sacerdote viajero que vino de España por Cartagena cuenta que se les veía “todo”, como dicen las señoras, cuando se sentaban en las hamacas, y añade que tenían el pantuflo o chinelas fuera del pie bamboleándolo solo con las puntas de los dedos.

¿Qué se comía en Cartagena?

Dos comidas principales al día o como dicen hoy dos  “golpes”, y que una amiga mía que vivía en el barrio Pedro Salazar, arriba del mercado de Santa Rita en “Torices” decía graciosamente que un “solo tren” cuando hacían una sola comida al día; la primera ingesta era por la mañana con un plato frito, muy probablemente lo que hoy llamamos frutas de sartén que no son otra cosa que buñuelitos, empanadas y seguramente carimañolas, o la siempre gloriosa empanada con huevo aunque no la encontré llamada así expresamente o descrita, pasteles en hojas de bijao, hechos de masa de maíz, la mención al de arroz no la he encontrado nunca así que puede ser receta gastronómica posterior y el repetido chocolate.

La comida del medio día es más complicada, la de la noche es dulce y chocolate otra vez. La gente rica cena como en Europa.

La gente rica servía como ella suele decir, con “decencia” y esplendidez, ejemplo de esto es la pedante social que hace años me dijo con los dedos así (ver al conferenciante)

“aunque yo sirva patacones con queso y café de comida siempre pongo la mesa con cubiertos y todo”, entiéndase con mantel, cubiertos, copas y loza vistosa y fina.

Se creía en el vino como sustancia medicinal y se bebía aunque era caro. En el intermedio se afrijolaban un aguardiente, de allí las “onces” cachacas de hoy, en la Costa entre gentes de garaje quedó como “petacazo”.

Ya en aquella época el preferido era el arroz con coco el plato favorito de los cartageneros y seguramente lo comía todo el mundo, ricos y pobres como hoy. Se comía ajiaco y rara era la mesa donde faltaba, se componía de puerco frito, en Cuba llaman aun al cerdo así, aves, plátanos, pasta de maíz, picante de pimiento o ají, de allí su nombre para este manjar que hoy es plato del interior.

Había algo de cultura y letras pocas, Cartagena era ciudad militar, mercantil, esclavista y comercial. Sólo al final los hijos de los propietarios fueron a Santafé de Bogotá a la universidad y allí están para muestra Juan García del Río, que da nombre a la biblioteca de la Academia de Historia adonde me hallo en las mañanas escribiendo, a Fernández de Madrid y algún otro. Les interesaba el estudio del derecho aunque no lo ejercieran en estrados judiciales como a este conferencista que se llama Juan Dager quien prefirió felizmente las Letras.

Del tesoro religioso y común queda poco sólo quedó la arquitectura castrense y alguna que otra cosa en las iglesias y conventos. Lo de Cartagena es inmueble, la muralla, y la casa y conventos e iglesias.

 

 

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