Déjame vivir allí,
en la ladera de la muerte
donde duermen tus ojos,
vórtices del desastre
sobre la lápida ámbar de la tarde,
monjes oscuros
que incendian mis naves,
grietas de un extraño cielo
por donde se escapa una herida:
esta muerte solar
que me ofreces como respuesta.
La noche se confiesa
con su tela de llovizna
sobre los últimos caminantes,
la nostalgia de los astros
cubre con dulce perfume
el paisaje denso
donde ya no te encuentro,
los sortilegios envejecen
en la otra orilla
para este poema
que arde palidecido.
Festejo el simulacro del beso
por la sombra de tu cuerpo,
un grito embalsamado
dormirá por siempre
en el zaguán de esta casa calcinada,
el pasado gotea
sobre la vieja ruta de los escorpiones.
BASILISCOS SUR LE CITÉ
Para Carolina Reyes,
Ofrendo mis ojos
como golpe de dados
sobre la alfombra del destino
y aún así no estoy ciego;
desde la sombra de un cigarrillo
que besa la paciencia de unos labios
apagados
un enemigo rumor me golpea,
una oscura copa se escancia
con la sed de dos cuerpos,
quizá la última chance
sea este poema.
Basiliscos sur le cité,
les d'amour no saben callar,
los nautas solitarios
de la naciente Argos
no cierran su bitácora de viajes
empecinados en una verdad
que duerme bajo las aguas.
El amor no vence a la muerte
es la muerte misma
rezan las aguas del mito.
Una dama en clarosuro,
un perro monofónico a su sombra,
sobre la ladera de la luna
unos ojos de ceniza
entre el deseo del poeta.
El penumbroso que escribe
sobre la hoja de la mirada
dispuesto a un oscuro nacimiento.
El festín de lo cualquiera:
sobre la herida de la ciudad
un fuego clandestino que da vida.
Basiliscos sur le cité,
les d'amour no saben callar,
Ofelia asesina la tarde del ciprés
vestida de yedra y agua,
Ofelia alcanza la otra orilla
donde todo es posible
para sellar con un beso de agua
la danza del amor.
Una gota de sangre
sobre sus ojos fríos.
Un gospel que acompaña la partida,
una letra de ausentes
sobre la mortaja de la libertad,
sur le mort, un poeme de feu.
GRITO HACIA EL DESIERTO
El poeta se queja
sobre la almohada de cuatro meses
de una lacedemonia prostituta.
En sus ojos blandos
danzan calles como sogas,
corbatas como sogas,
poemas como sogas.
El periodista termna ya su crónica
de dos seres sin importancia.
Una paloma retoza con alborozo sus plumas
en su piscina de agua lluvia
mientras los habitantes del barrio Santa Fe
empolvan sus esperanzas,
desarrugan los trajes
para el siguiente acto.
Vagón de un
Viernes de Poesía para Ignacio Ramírez
Si un Viernes de Poesía después de 10 años fue un lunes, si por primera
vez el editor llegó a tiempo con los cuadernillos, si por extraña ocasión
había cuatro poetas en la mesa e incluso músicos de cierre, era porque se
revelaría o graduaría a nuestro inmenso Ignacio Ramírez como poeta. Y una
extraña sensación de terminar el libro nos quedó con la breve presentación
de nuestro personaje de "La Dama del Guante Verde y textos de otros
colores", una certeza que la poesía es "la subversión de la realidad", la
puesta en escena de la imaginación, por encima de los dolores personales
de quien escribe y esto es muy cierto cuando hablamos de Ignacio Ramírez.
Mientras yo regresaba con los músicos -Los Verseros de México- y mi gran
amigo Roberto Reséndiz y una botella de aguardiente por cada bolsillo de
mi chaqueta empecé el ritual de la lectura.
Quizá uno no vive de la poesía, vive de saberse poeta y en el texto que da
nombre a el libro, nos revelamos en esa primera atadura libertaria entre
el poeta y el pintor, ambos que ejercen un ejercicio crítico e imaginativo,
"Tiene una mano desnuda y en la otra (como es de usanza en todas las
derechas) se cubre con un guante verde, quizá con la intención de que se
piense que aún hay esperanza aunque también es lícito creer en un muñón,
una manopla o un garrote bajo el mitón señuelo" (pág.9). Como recuerdo
ahora, es mitón de muerte, del Batallón Olimpia en el México 68. Pero lo
mágico es que es un texto dedicado a una mujer que cobra vida y da
compañía colgada desde la pared de quien narra y es más que eso, un
reconocimiento a la amistad, al amigo pintor que la creó, Antonio Samudio,
"toda la noche hablamos de la gran maravilla de ser ella un personaje y yo
un amigazo de nuestro gran Antonio, a quien alcanzamos a escuchar
carcajeándose allá lejos, a donde los violentos lo desterraron para seguir
pintando este pobre país que él sabe de memoria." (pág.12)
Y esa posición desbordada y segura por los imaginadores y no los violentos,
se afirma en su Monólogo del perplejo, donde empieza a confesar su
personalidad diciendo una gran sentencia que debemos retomar, "¿Si no se
cree en crear, en qué se puede creer ? Soy trashumante y en consecuencia
desbordado y feliz, aunque mi alma se esfuerza mucho..."(pág.13). Esa
certeza de que la única guerra, las únicas armas, las debemos dar con las
palabras y confiesa su inefable amor por Julito, Calvino y "el desparpajo
de las muchachas generosas y espléndidas que me consienten". Esa certeza
de júbilo que nos da un libro. Pero la poética se logra en esa puesta en
escena de la imagen, que fácilmente reconocemos a todos esos amigos que lo
abordan, las metáforas subyacen en lo cotidiano de la realidad, "La ciudad
es un modelo para armar. Él sonríe: da la impresión de saber cuando
alguien llega, pues lo sorprende con su figura de árbol de otoño."(pág.21)
y aquí se revela la relación mítica perseguidora entre lector y escritor,
y mejor no pudo llamar este relato poético ,El Esquivador, donde se
establece un juego de posible destrucción en un cara a cara con el gran
Cronopio - no es necesario su nombre, la metáfora de árbol de otoño, es
suficiente-, Ignacio lo confiesa, "Y sin embargo pasos de un solo hombre
que al caminar nos da la sensación de que desfila un ejército hacia la
batalla. Tuve un miedo extraño, porque daba gusto". (pág.24)
El ejercicio crítico, el no enlodar la memoria, el no olvidar que ha sido
tan explícito en lo que han sido las democracias del siglo XX americano,
lo deja plasmado con un acto que fue igual de sanguinario al último 11 de
septiembre, sólo que este fue por los 70' y avalado por las grandes
potencias, Vivir la Noticia , el recordar que el periodista también vive
su realidad, no es un ser anhedónico detrás de un telepronter o micrófono.
Desde la cotidianidad de un noticiero, con sus principios, sus ceremonias
y ese saber que la noticia sigue latiendo en la herida, por más
comunicados oficiales de calma, un pequeño homenaje a Salvador Allende,
"El Maestro dejaba de sudar frío. Sabía que éramos eficientes. Daba
órdenes, eso sí: "destacar lo que haya dicho el Presidente Pastrana, que
el Allende no es más que un lagarto comunista". Y nosotros "sí, maestro,
pero déjenos trabajar que se nos hace tarde".(pág.31). Y el punto culmen,
la certeza de la noticia, del truncar a los grandes hombres, revela el
alma del periodista, "No me importó que las lágrimas me resbalaran como
los ríos que se van al mar en busca de la muerte que es la vida turbulenta.
La pesadilla. Los periodistas también somos seres humanos - pensaba, y
creía que una de las maneras de demostrar que se pertenece a la especie,
es el llanto. En ese momento la objetividad me importaba un ajenjo."
(pág.34)
Pero Ignacio Ramírez, nuestro Gran Cronopio, reconoce que la realidad le
fascina olvidar, "Era en Santiago y en nuestros corazones borrachos donde
había ocurrido el magnicidio". Y en nuestros corazones, a veces endeudados,
a veces demasiado sobrios, a veces demasiado lectores, guardamos esta
prosa poética, esta plaquette número 50 como la forma de gritarle al mundo
que a él, a Ignacio, es imposible de olvidar, porque ha pintado con amor
en palabras nuestra historia, desde siempre y para siempre.
|